El árbol como experiencia primaria

Un chico entre los árboles al atardecer

El árbol como experiencia primaria

Acerca del arquetipo del Árbol del Mundo

Artículo de Fred Hageneder en Hagia Chora, Septiembre de 2012

 

Un chico entre los árboles al atardecer

 

Pasado y Eternidad.

Biológicamente, el árbol juega un rol importante en la conciencia colectiva de todos los primates. Ya erguidos, después de abandonar la vida sobre ellos y conquistar las estepas, los árboles nunca dejaron de ofrecer su especial protección: frente al frío, el sol y el calor y los enemigos naturales. Posteriormente, los cazadores sobre dos piernas necesitaban proveerse de armas, lanzas, arcos y flechas, nuevamente el árbol simbolizaba la fuente benévola para sus necesidades. Entonces vino el control del fuego, y la madera se convirtió en una herramienta indispensable como nunca lo había sido con anterioridad. La importancia logística de acopiar leña durante todas las estaciones para evitar la extinción del preciado fuego, enseñó al hombre a planificar los recursos de la madera. Mucho más tarde, al iniciarse la organización del paisaje en el Neolítico, y construir establos, refugios, puentes, etc, la utilización de las distintas clases de madera según los usos, se amplió de manera considerable. Todas las etapas de la prehistoria tuvieron nombres equivocados: Edad de Piedra, Edad del Bronce, Edad de Hierro, relativos a las herramientas, pero si éstas fueron fabricadas con bronce, metal o hierro fue porque existió la madera como materia esencial para la vida humana.

Todo esto, sin lugar a dudas, se verá reflejado en la psiquis de los primeros humanos, y en mayor medida lo hace la formidable apariencia y la presencia viva de los más frondosos bosques y sus guardianes ancestrales: los árboles. En consecuencia, y también desde este punto de vista, el encuentro entre el árbol y el hombre tiene algo de especial: el resto de mamíferos sólo los visitaban para consumir sus hojas o para obtener refugio. Pero las especies humanas desarrollaron una marca distintiva, siendo las únicas criaturas que podrían darle algo a cambio de lo utilizado, desde la consciencia: cantando canciones a los árboles, llevándoles ofrendas, regándolos, colectando semillas para su propagación, cuidando de las jóvenes plántulas como si fueran sus propios hijos.

Mostrar agradecimiento a los árboles está más que justificado: sólo porque en el período carbonífero, hace 300 millones de años, permitieron a la atmósfera del planeta alcanzar los niveles de oxígeno necesarios para la vida animal. Todavía hoy los bosques ejercen de atractores de la lluvia, regulan el clima, albergan biotopos para incontables especies de animales y plantas, evitan la erosión del suelo, amplían el campo magnético de la tierra, equilibran los niveles de electricidad del aire y sirven de antena cósmica para fuerzas formativas requeridas en cualquier lugar de la biosfera. Nosotros, los humanos, somos efímeros invitados en este planeta y, antes de que llegáramos, los árboles ya habían allanado el camino de la vida en la Tierra.

Los primeros pictogramas de árboles sagrados pertenecen al periodo Paleolítico, hace más de 20.000 años, aunque los increíbles motivos pictóricos de namilaes en la Edad del Hielo han sido generalmente el foco de atención de muchos estudiosos. Cuando el ser humano inició la actividad agrícola, las creencias mitológicas en torno a las plantas aumentaron considerablemente. Árboles y plantas, que han servido de alimento para el hombre, han sido adorados en esa mitificación como entidades espirituales a quiénes sacrificar incluso sus propias vidas. Esos comienzos se han transformado y renacido cíclicamente a través de los tiempos. Los mitos ancestrales de las deidades de la fertilidad y los benefactores del comportamiento humano – como es el caso de Osiris en el antiguo Egipto, Tammuz en Mesopotamia o Dionysos en Grecia – tienen sus raíces aquí.

Pero tan pronto como la planta honorada es un árbol, hay una justificación mayor que la del propio alimento. Con el árbol, las religiones tempranas se adentraron en la esfera espiritual. Osiris, cuyo espíritu reside en la acacia, se convirtió en guía de las almas a través de los territorios del más allá. El árbol sicomoro fue el lugar de encuentro de Hathor, la diosa celestial. Ella misma dio regalos esenciales a las almas recién llegadas a la nueva dimensión más allá de la vida: el aliento, el agua y varias de sus provisiones metafísicas servían de alimento para el viaje a través del inframundo. En Norteamérica y Eurasia (desde las islas británicas a Japón) los misterios en torno al tejo tenían un significado similar.

La diosa egipcia Hathor en el árbol sicomoro.

Fig. 1: Hathor, Diosa del árbol sicomoro ofrece el agua de la vida a un alma difunta. Tumba de papyrus. 1.300 a.c.

 

En este sentido, los árboles siempre han sido los guardianes de las puertas no sólo de salida de la vida terrenal (ritos funerarios), también las de entrada en otras vidas y durante el curso de las transformaciones e iniciaciones. En la zona templada del hemisferio norte, por ejemplo, existen multitud de costumbres distintas alrededor del abedul como entidad protectora de la vida de los más jóvenes. Cunas, camas de niños y amuletos se construyeron con su madera para permanecer al amparo del espíritu benévolo de este árbol. La runa germánica berkana significa abedul, maternidad, protección. En Suiza, el peral se plantaba tradicionalmente para el nacimiento de las niñas; para el de los varones se plantaba un manzano. Por otro lado, las costumbres tradicionales asociadas al manzano a lo largo de Europa, vienen asociadas con el cortejo, el romance, el matrimonio y toda clase de declaraciones, un hecho evidente que incomodaba a la iglesia. No sorprende pues, que Gaul, un teólogo francés del s.V, escribiera dos poemas en los que consideraba el manzano como la fruta del pecado. En las tradiciones europeas de la Biblia, la manzana también encarna el fruto paradisíaco del pecado original, a pesar del hecho de que en el texto hebreo solamente aparecía como peri, “fruta”, sin ninguna identificación botánica.

Pero no solo los humanos a nivel individual recibieron la bendición de los árboles, también lo hicieron generaciones enteras. Los textos más antiguos de la civilización sumeria son considerados generalmente como la cuna de la civilización, debido a que contienen los elementos esenciales de la cultura humana. Las escuelas, la especialización de los oficios y la navegación aparecían por primera vez en la historia. La escritura cuneiforme describe el Árbol del Mundo así: instalado en el centro de la Tierra, vigila los cielos, sus raíces de cristal penetran en el inframundo y su núcleo es la residencia de la madre primaria y su hijo. El espíritu del árbol es Ea, deidad de la sabiduría que otorgó la Cultura, la Ética y la Justicia a los humanos. El símbolo sumerio para este árbol significa el hogar del conocimiento, de la fuerza y de la abundancia.

 

Pictogramas del árbol y del nacimiento en el Antiguo Egipto

Fig. 2: Hace 5.000 años, la palabra para “nacimiento” (derecha) derivó de la palabra “árbol” (izquierda); pictogramas predinásticos. Egipto.

 

El árbol de las Hespérides

Fig. 3: La constelación del Árbol del Mundo, atendido con ternura por las hermanas Hespérides. Pintura sobre una vasija griega. 700-400 a.c.

 

La epopeya sumeria de Gilgamesh contiene más aspectos acerca de la constelación del Árbol del Mundo, cuyos frutos y yemas están hechos de cristal. Pájaros prodigiosos habitan y construyen sus nidos hechos con piedras preciosas. El significado cosmológico de este árbol no puede ser más explícito sobre su construcción, realizada con cristales traídos por entidades aladas sobrenaturales para crear nuevas estructuras. Somos testigos del trabajo de los arquitectos astrales que diseñaron los fundamentos de la creación de la Tierra. Es éste un proceso que no solo ocurrió hace un billón de años a través del tiempo a escala lineal, sino que sucede continuamente en la esfera del mito. Los mitos verdaderos describen eventos válidos de manera constante puesto que ocurren fuera del contexto del tiempo lineal, al contrario que las leyendas que relatan eventos históricos y que aparecen una sola vez en el eje del tiempo. En cada momento existe una conexión, un portal al espacio más allá del tiempo, un complejo concepto en boga en la física moderna (el ejemplo de la teoría de las cuerdas). Los árboles son seres vivos con capacidad para elevar la sensibilidad y el flujo energético del comportamiento humano, poniendo a su alcance un alto nivel de conciencia. En esta elevación del conocimiento, la mente humana puede entender porqué muchos de los santuarios del Viejo Mundo han sido descritos como el centro de la tierra. Allá donde el poder de un lugar permita al hombre dar un paso para atravesar la minúscula puerta desde el presente y conectar con el inconmensurable espacio infinito, allí habrá un hombre, en el más recóndito centro de la creación. Diversas fuentes de todo el planeta describen el Árbol del Mundo como el lugar donde se ubica el centro de la Tierra, el eje desde donde todo gira (axis mundi) y sus frutos y hojas representan a todos los seres vivos de la biosfera.

 

Artefactos históricos en el simbolismo relativo al mundo de los árboles

Fig. 4: Simbolismo del Árbol del Mundo y el “Centro Sagrado”: a) Vellocino de oro de Mikonos, Grecia, s. II a.c.; b) Cueva de Idaea, Creta, s. VII a.c; c) Broches célticos hallados en Chepstow, Gwent, s. II (con una estrella de seis puntas hecha con arilos de tejo), Castor, Cambridgeshire, s. II y III a.c.; d) Huso tradicional hallado en Frisia, al noroeste de Alemania.

 

Empezamos a reconocer el árbol primario universal. Mientras, la física (a nivel atómico y también a nivel astronómico) reconoce dos formas dominantes: la del círculo y la de la esfera. La metafísica reconoce una tercera forma: la emanación radial, es decir, aquélla capaz de ramificarse, de expandirse. Esta forma también aparece en el mundo terrenal: en geografía podemos observarla en la visión cenital de sistemas fluviales, en biología en los sistemas vasculares y nerviosos de animales y, por supuesto, en el mundo de las plantas.

El Árbol del Mundo no es solo una imagen idílica de la unidad e interconexión de la vida, es una realidad metafísica que, a través de milenios, ha sido descrita de manera similar, que no idéntica, en las más variadas culturas. En la tradición mongola y siberiana, la presencia del Árbol del Mundo autoriza al chamán la entrada en trance para visualizar las más altas dimensiones del espíritu o las bajas esferas del inframundo. En el mundo terrenal, un chamán necesitaba al menos de un bastón de madera, preferiblemente hecho de alerce o abedul en aquellos territorios. Muchos templos y santuarios naturales en el mundo han tenido o tienen árboles que poseen un significado de suma importancia para los humanos. Varios de estos árboles representan el Árbol del Mundo para las distintas culturas locales en sus mitos y rituales. A nivel botánico, la representación del Árbol del Mundo puede cambiar con el tiempo, debido a los movimientos migratorios de la humanidad (por ejemplo, el tejo de los proto-sumerios pasó a ser el cedro del Líbano de los sumerios), debido al cambio climático o cambios económicos (en Asiria se pasó de adorar el cedro por la palma datilera).

Solo bajo un contexto global de este aspecto de naturaleza religiosa, podemos entender el sentido del Árbol del Mundo en la vieja tradición noruega cuyo nombre es Yggdrasil. La prueba es muy efímera y fragmentada debido a la consabida intolerancia durante la cristianización de Europa. La noción sobre Yggdrasil ha sobrevivido mayoritariamente en la lejana Islandia, concretamente en escrituras medievales que conservaron la “Profecía de los Seeress" (Völuspá) como parte de los Poemas Edda, y también en un puñado de pergaminos procedentes de la tradición islandesa. La lingüista de Oxford, Ursula Dronke, explica en su profundo análisis de los Eddas que las investigaciones acerca del Árbol del Mundo en sí, y la manera especial de su codificación, sugieren que la tradición del Yggdrasil proviene de un “misterio religioso”. Esto significa que se precisaba de una iniciación secreta para su conocimiento, algo con lo que los transcriptores cristianos que anotaban los cancioneros y sagas en el s. XIII no estaban familiarizados. Por tanto, ésta fue la causa de un profundo desconocimiento que ha llegado hasta nuestros días: la interpretación del Árbol del Mundo nórdico como el “Fresno del Mundo”.

Ya en la Edad Media ninguna persona ajena a la cultura nativa fue capaz de entender los entresijos de la poesía nórdica. Sus maestros, los Skalds, eran poetas profesionales perfectamente adiestrados (por ejemplo, los Bardos célticos), y trabajaban arduamente en buscar metáforas, sinónimos y en su propio sello personal: el bien conocido estilo kenning (ver Wikipedia). El kenning sustituye un simple nombre por otra frase abstracta o un nombre compuesto. Por ejemplo, un barco se convierte en un “caballo flotante”, los ojos son “lunas frontales”. Nada es mencionado por su nombre, y normalmente requiere de un profundo conocimiento de la mitología nórdica, algo de lo que carecían los etnólogos cristianos del s. XIX. Su conocimiento sobre botánica también estaba sesgado. De este modo, la “siempreverde acícula del fresno” fue traducida como “fresno” (Fraxinus excelsior), sin embargo, el fresno no tiene acículas ni es de hoja perenne, ni existe conexión entre el fresno y el cuerpo del Árbol del Mundo que pueda ser encontrada. Alguien en el s. XVII representó una bonita ilustración del “Fresno del Mundo” que ha servido a través de los siglos para reproducir con multitud de copias y “regurgitaciones” ese “patrón original”. En la historia cultural de los árboles encontramos con mucha frecuencia serios errores de traducción. Empezó con Plinio “el viejo” allá por el s.I a.c. y siguió con la interpretación errónea de los árboles citados en el Antiguo Testamento. Pero permitidme retornar a la vieja tradición nórdica del Árbol del Mundo.

La “Profecía de los Seeress” después de todo, da una indicación de la identidad botánica en la representación física de Yggdrasil. Pero se oculta muy bien, en código poético, lo que no fue descifrado antes del trabajo arriba mencionado de Ursula Dronke en 1997. El verso 2 de Völuspá dice:

Nío man ek heima, nío ívidiur,
miotvid mæran, fyr mold nedan.

“Nueve palabras que yo recuerdo, nueve ogros de madera,
Árbol glorioso de gran tamaño, bajo la tierra.”

Actualmente, todo el mundo sabe lo que es un ogro, gracias a la película de Shrek. En la vieja tradición germánica, el ogro nos trae la noción de los espíritus naturales, y con la palabra “madera” se refiere a ninfas o díadas de los árboles. En cualquier caso el término islandés es femenino y plural. “Bajo la tierra” hace referencia a las raíces, y lo más importante: vid es árbol, pero ívid es tejo en islandés. Los nueve ívidiur son los espíritus femeninos de las raíces del tejo.
Dronke refuerza esta conexión mediante la discusión de dos sucesos concernientes a la deidad Heimdallr de las sagas islandesas. Heimdallr no es el típico guerrero guardián del puente arco iris que conecta con Asgard, como se puede deducir. Heimdallr es el guardián del Árbol del Mundo en sí mismo: Heim-dallr significa literalmente Árbol del Mundo y nació de las nueve raíces ívidia, es decir, de las raíces del tejo.

La Trinidad compuesta por las mujeres sabias, las Norns, son la base del Árbol del Mundo nórdico. Ellas lo riegan diariamente con un cuenco de madera llamado tradicionalmente askr (un término que también significa “fresno” y que por lo tanto ha dado pie a una confusión generalizada). Las Norns son inmortales, una trinidad de diosas conocidas ampliamente por muchas culturas ancestrales. En la mitología romana, equivalen a las Furias, quiénes castigaban los crímenes contra la naturaleza con veneno y antorchas de tejo. En la mitología hitita son las diosas ancestrales que viven en las raíces del bosque milenario y que, con su huso y su vasija de agua profetizaban el destino de los reyes.

Hay mucho de qué hablar sobre el tema, pero la cuestión es: ¿Qué ocurre en el presente? ¿Qué podemos interpretar? ¿Dónde estamos?

 

Mitología viviente en la actualidad.

Hay muchos aspectos culturales asociados a la naturaleza que deberíamos echar en falta: en la Europa central y oriental, no somos los descendientes de las antiguas religiones que promovieron y cultivaron la sabiduría natural. La herencia cristiana ha provocado una profunda separación entre espíritu y materia. Preparó el terreno de la “iluminación” con su dualismo explícito y su cosmología mecánica. Esto ha cristalizado convirtiéndose en la base de los paradigmas del presente relativos a la ciencia, la política y la economía, abriendo el camino con frecuencia a decisiones barbáricas y crueles (industria del aceite de palma, deforestación, manipulación genética y biotecnologías). La sobreexplotación de la Tierra prosigue en niveles de destrucción sin precedentes, mientras que la humanidad permanece estática y ajena a entender los procesos de autorregulación de Gaia, la matriz viviente del Planeta. Las disciplinas de las ciencias naturales – física, química, biología – no comparten una misma definición de la palabra “vida”. No acertamos a comprender lo que la vida significa realmente y seguimos destruyendo cualquier cosa a cambio de dinero.

Los árboles son magníficos profesores para enseñarnos a promover el cambio que la conciencia humana necesita. ¿Has sido víctima del pánico ante el recibo de la luz o de tu declaración de hacienda? Ve a un bosque cercano y recuérdate a ti mismo el significado ancestral de la relación entre el árbol y el hombre. ¿Padeces de hiperactividad o necesitas calma y relajación? Los árboles pueden ayudarte a conseguirla. ¿Te sientes agotado o exhausto? El bosque posee la fuerza viva que necesitas. ¡Cárgate las pilas! ¿Estás de duelo? Retírate al bosque y recuerda que toda tu vida es un completo estado de cambio. Los amaneceres más bellos, los árboles más formidables pueden florecer solo porque el ciclo de la vida está completo, ya que los hongos y resto de microorganismos trabajan en su descomposición para un posterior renacimiento. En cualquier sitio se puede producir una despedida, pero en cualquier otro también un encuentro. No hay primavera sin otoño.

A través de la educación ambiental, la psicología ha empezado a entender que los seres vivos forman parte de nosotros. Un niño descubre una nueva parte de sí mismo a través de su encuentro inocente con una planta o un animal. Y a menudo este niño lo expresa en sus juegos, cuando quiere ser un tigre, un caballo, un pez o un cocodrilo. Después de “mamá” y “papá” los nombres de animales forman parte del vocabulario más temprano de los pequeños. Por supuesto, los animales están más cercanos a nosotros emocionalmente, pero árboles y plantas no son tan diferentes. Ante la presencia de un roble podemos descubrir, como seres que crecemos, sensaciones extraordinarias, nuevas variaciones de nuestras señas de identidad. Y solo una variación de nosotros mismos puede ser experimentada bajo el amparo de un poderoso roble. Otro mundo nos espera bajo el abedul, penetrando en nuestra alma ancestral adormecida. Olmos, hayas y arces son también la puerta hacia otras dimensiones de nuestro formidable sino. Bajo los árboles hay una experiencia de autodescubrimiento esperándonos. ¿Estás listo para explorar el Universo?

La Tierra no es solo una entidad física, es también un paisaje del alma. La separación del interior y el exterior es solo imaginaria. Si el ser humano destruye su entorno y lo convierte en un desierto, sellará un vacío interior sin espacio para la vida. En el presente, en la espantosa verdad del mundo material, el mundo es un reflejo exacto de la devastación interior que sufre la humanidad. Miramos hacia otro lado, mientras el Planeta arde, inventando juegos de computadoras y un sinfín de aparatos llamativos que nos sirven de distracción. Como hombres de las cavernas nos sentimos a gusto en nuestras entumecidas cámaras de pupación. Pero no en vano, al alma también se le llama mariposa, porque ambas tienen alas. Nuestras alas nacen desde el corazón, y un día esa cámara protectora será demasiado pequeña y tendremos que romperla. Será entonces cuando nos pongamos de pie para toda la vida.

Cuando sientas el sacudido de tus alas, no vaciles. La luz está siempre presente. Un corazón radiante brilla en cualquier sitio, los árboles lo saben.

 

Literatura:
Campbell, Joseph: Las máscaras de Dios I, Mitología primitiva, 1991
Hageneder, Fred: El Legado de los Árboles: Historia, cultura y simbolismo, (ISBN 978-956-332-154-8,) Columba, Santiago de Chile 2009
Hageneder, Fred: La Sabiduría de los Árboles: Historia, folclore, simbolismo, propiedades curativas, (ISBN 84-8076-627-1,) Blume, Barcelona 2006
Hageneder, Fred: Yew – A History, The History Press, Stroud 2007
Dronke, Ursula: The Poetic Edda, Band 2: Mythological Poems, Oxford University Press, 1997

 

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